diumenge, 8 d’agost del 2010

Ten 'til Noon




Hace un par de semanas, iba por la ronda del litoral, casi a la altura del cementerio de Montjuïc y los coches se movían lentos, aunque no estaban parados del todo como suele suceder en horas punta. Intentando cruzar los carriles se arrastraba un gato de no más de dos meses; supongo que lo habían atropellado y el pobre concentraba sus esfuerzos en llegar al arcén de la medianera. Alguien paró a recogerlo? No. Y el sentimiento de impotencia al ir entre coches, no poder parar ni cambiar de carril para aparcar a Moira y cruzar los dos carriles que me separaban del gatito me produjo tal sentimiento de impotencia que veinte minutos después, cuando llegué a casa de Aka, aún seguía hipando y sin poder hablar. Esa imagen va a pasar a formar parte de todas esas instantáneas tristes que guarda mi memoria.

Llevo mucho tiempo sintiéndome como ese gato: atrapada, herida, intentando sobrevivir pero con muy pocas esperanzas de conseguirlo.

Las ganas de continuar se han terminado.

Oh si! seguro que con esto también os decepcionaré, un motivo más...

No os dice nada que no escriba desde hace tiempo?
Que no llame nunca?
Que después de dos meses aún no haya arreglado a Moira?
Que no esté desesperada buscando trabajo?
Que cada vez salga menos?
Que no preste atención y se me olviden las cosas?
Que no hable más que de banalidades?

Todos os sentís con derecho a juzgarme, a reñirme como si fuera una niña pequeña, unos por lo que hago, otros por lo que dejo de hacer.

Se acabó.

Esperáis que por mal que me sienta esté ahí, al pie del cañón, da lo mismo que cada mañana me despierte preguntándome si vale la pena continuar. Tengo que sacudirme las ganas de acabar con todo como si la ducha matinal pudiera llevarse por el desagüe los motivos para no seguir.




Pues bien, no puedo; todo sigue ahí. Y aunque sonría y tenga momentos de lucidez, sigo sintiéndome mal.

Así que, por favor, no me habléis de egoísmos...

No, no sé el día en el que estoy viviendo, para mí son todos una sucesión de horas muertas y lo único que hasta hoy me ayudaba a mantener la coherencia era un maldito juego. No por el juego en si, sino por el hecho de relacionarme con más gente; gente que me mantiene aferrada de alguna forma a la realidad y que, por suerte, no me dice qué debo o qué no debo hacer con mi vida.

Pero hemos abierto la caja de Pandora...

Es sábado noche. Y es triste que mire el teléfono y no me decida a llamar a nadie porque sé que todos van a estar muy ocupados y no van a entenderme.

Decepcionados? Seguro que si. Ofendidos? Posiblemente. Si os sirve de consuelo, al menos poseéis algún tipo de estado.


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