divendres, 25 de març del 2011

Dialogue avec mon jardinier



Cualquiera que sepa un mínimo sobre mí es consciente de lo que me gusta filosofar... He vuelto a poner la b.s.o. de Nyman -hacía mucho que no la escuchaba, básicamente porque mi equipo de música últimamente es excesivamente selectivo y no quiere reproducir una buena parte de mis cds- mientras mantenía una de esas conversaciones trascendentales con analogías sobre una caja en la que caben todas las decepciones, frustraciones, remordimientos o aquello que no queramos que moleste o pueda doler para que no nos afecte y ser capaces de continuar con nuestra vida cotidiana sin derrumbarnos.

Con toda seguridad si la "caja de los truenos" está a rebosar, llegará un momento en el que la más pequeña chispa hará que todo salte por los aires y dediquemos al público en general un magnífico espectáculo de fuegos artificiales, y alguno/a saldrá con quemaduras de primer grado.

Posiblemente lo más atinado sería no tener que encerrar allí todos esos sentimientos negativos, sería bonito que la caja estuviera vacía, más bonito aún que estuviera vacía porque expresáramos libremente lo que pensamos y así no conservar nada dañino y lo mejor de todo sería que ni siquiera necesitáramos expresar nada. Pero no suele ser así, verdad? Quién más quién menos tiene algunos esqueletos guardados en el armario y no me refiero a las estupideces que todos cometemos en algún momento de nuestra vida y que nos avergonzaría contar a alguien (o que servirían para hacernos chantaje si nos dedicásemos a la política).

Además de algún que otro esqueleto (de oseogarfio incluído) mi caja personal está llena de remordimientos de todo tipo, decepciones varias y frustraciones variadas -desde el famoso funambulismo, pasando por la katana y terminando por no ser controladora aérea o dictadora universal- amén de no poder expresar libremente algunas opiniones que alterarían las arterias coronarias de más de uno o de inhibirme a la hora de pegarle un buen sopapo a otros (siempre merecido, faltaría).

Por tanto, si en algún momento detectáis muchas luces en el cielo, ruido de explosiones y empiezan a derrumbarse edificios, no os extrañe que sea yo.


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dissabte, 19 de març del 2011

When Strangers Appear



Mi pelo es cada vez más lila... bueno, el color exacto es "violín" pero vamos, que tanto monta monta tanto, el caso es que ya no es negro azul y dudo que lo vuelva a ser en mucho tiempo.


No recordaba lo que es ir con muletas, rodillera y parecer robocop. Si, si, otra vez ligamentos y una costilla rota. Moira derrapó en una curva con el suelo mojado y, quién se llevó la peor parte? Moi, por supuesto. Qué horrible es sentirse inútil de nuevo! Claro que no paro quieta... siempre seré un culo de mal asiento, ya lo sabéis, así que mi rehabilitación (la de la costilla, que no la de la pierna) será más lenta de lo estrictamente necesario, porque el reposo y yo no somos buenos amigos.


Y después de "La guerra de las brujas", que no estuvo mal para pasar el rato, me acabo de leer "La alargada sombra del amor" de Mathias Malzieu, el mismo autor de "La mecánica del corazón". Si en uno Jack era un niño con un reloj en lugar de corazón, en ésta se convierte en un gigante que regala trozos de su sombra a personas que acaban de padecer una pérdida. En este caso, Mathias ha perdido a su madre y la sombra de Jack le ayudará a superar el dolor.
La mejor frase del libro: “Utiliza la sombra. Lee, sueña, descansa, diviértete. No cedas a la desesperación. Usa tus sueños. Y si están rotos ¡pégalos! Un sueño roto bien pegado puede volverse aún más bello de lo que era. Ama las cosas ¡Estás vivo! Y lucha solo, de ahí saldrá tu fuerza interior.”



El resto de los mortales no tenemos una sombra protectora para ayudarnos a paliar las pérdidas de cualquier tipo, y no estoy convencida de que un sueño roto, por mucho que lo pegues con cola de impacto pueda ser más bello. Hablando de sueños rotos, realmente alguien puede cambiar radicalmente su forma de ser? Yo siempre he estado convencida de que no es así, pero quizá, tal vez, sí se pueda.


Leemos libros y visualizamos películas que nos distraigan de nuestras diarias obligaciones, cuando la vida real supera con creces la fantasía y la ciencia ficción. Situaciones surrealistas, grotescas, paradójicas o simplemente tan sorprendentes que nunca habríamos pensado que pudieran sucederse. Solo tienes que conocer a la gente con la que te relacionas a menudo. Culturas tan distintas que, lo que para ti puede ser algo digno de una película de terror, para el otro es de lo más habitual y acabas pensando que tienes (a pesar de todo) la extraña y maravillosa suerte de ser libre, de poder decir, pensar y sentir lo que tus instintos te dicten, sin que nadie pueda obligarte a ser lo contrario.



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