En algo más de 24h tomaré un avión que me llevará a Roma. Otro rincón de Italia por ver. Rodeada de arte por los cuatro puntos cardinales. Esta vez no voy ilusionada, como pasó con París o Venecia, quizá porque las circunstancias son distintas. Es más la necesidad de tener unos días libres del trabajo que el hecho de ver algo nuevo. Y sé que me gustará, seguro. Y volveré encantada, con un montón de fotos, anécdotas para contar y mil y un souvenirs. Pero con la tristeza en el corazón de tener que volver a empezar cada mañana entre las 9 y las 10, aguantando gritos, mal humor, desplantes y vejaciones. Creo que nunca me había sentido tan vulnerable, tan desamparada. La rabia, la impotencia por no poder responder como quisiera; el miedo a decir o hacer algo que provoque el cataclismo. Con alopecia en las pestañas de tanto restregarme los ojos para ocultar lágrimas. Tragarme el veneno que pugna por salir, la inseguridad en todo lo que emprendo, sabiendo a ciencia cierta que haga lo que haga, por perfecto que sea, no servirá de nada. Seguiré siendo el anticristo. El agotamiento mental me vence. Dudo lo cierto y admito lo dudoso. Cuento hasta diez una vez, y otra vez, y tantas veces he contado que ya son cientos de miles de dieces.
Cada vez que hablábamos de viajes con Marc me decía que, si vas a alguna parte, es para relacionarte con la gente, que la naturaleza muerta no aporta nada. Yo prefiero las piedras calladas, la comunión silenciosa con las obras de arte. El arrullo del agua de la fuente. No quiero saber la densidad de población ni la renta per cápita.
El sábado huí como alma que lleva el diablo de mi barrio. Final de la maldita feria de abril y por añadidura la Red Bull Air Race, justo con los hangares en mi trozo de playa. Un millón de personas hacinadas en el metro y las playas de litoral. Las calles adyacentes colapsadas. Y por encima de todo eso, el ruido. Ruido infernal de las pasadas de las avionetas, helicópteros y coches con el radio cassette a toda leche. Vecinos que a las 8 de la mañana van a comprar el periódico cantando a voz en cuello, como si fueran las 12 del mediodía. Mi tendencia a la misantropía es más acusada cada día que pasa. Empiezo a odiar tanto la palabra que lo extrapolo a la música. De ahí a la colección de bandas sonoras. Unicamente melodías, sin letra, para no tener que escuchar banalidades ni vacuidades.
Nos vemos a mi regreso.
Trysting fields - Michael Nyman "Drowning by numbers"
1 comentari:
Que vagi bé a Roma!
Gabriel
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