Sábado tarde de compras por el centro de Barcelona. Creo que entramos en cada una de las tiendas hippiosas del gótico, sin éxito por supuesto. Suele pasar; quieres algo concreto y el objeto en cuestión se convierte en algo tan escurridizo como el mercurio.
Había estado tomando mucha sal durante la semana para compensar el descalabro de la presión arterial y esa tarde, para equilibrar otra vez la balanza, necesitaba desesperadamente azucar. Ra sufrió tanto mi frenética búsqueda de gofres o en su defecto algo dulce, que hizo patente su preocupación por el día en que la urgencia sea debida a la falta de sexo.
Pillar una cogorza poco después de la puesta de sol con una sola copa tiene mérito. Lo peor llega cuando nos da por cantar zarzuelas...
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