A veces se me ocurren ideas singulares. Nunca les comenté a mis padres qué quería ser de mayor. Supongo que era porque si les decía que quería ser funambulista o trapecista me habrían enviado directamente al psicólogo. Yo quería estar en un circo, recorrer mundo y arriesgar la piel cada día andando por una cuerda floja o dando saltos mortales en el aire. Me parecía mucho más interesante que ser abogado, contable o médico. Años más tarde cambié de opinión y quería ser reportera gráfica, ir allí donde estuviera la noticia, otra vez arriesgando el pellejo. Y no porque deseara la muerte, sino como forma de sentirme viva.
No sé porque precisamente ahora me viene todo esto a la memoria. El domingo, después de dejar a David en su casa y despedirme de él hasta finales de agosto, las luces de la ronda del litoral se desdibujaban ante mis ojos. Tampoco es de extrañar, después de media botella de un albariño que causó estragos en mi ya poco acostumbrado estómago.
O quizá fue todo, el día caluroso, la música y el agua de las fuentes de Montjuïc, el olor a mostaza. De repente, me vino a la cabeza la imagen de Carlos de Florhispania. Por dios! era como si no hubiera pasado el tiempo. Intenté acordarme del nombre de quien compartimos todas menos Sonia, y no hubo forma. La verdad es que tampoco sé la razón por la cual pretendía acordarme, o tal vez fuera por lo mal que queda eso de no recordar el nombre de alguien con quien mantuviste cierto grado de intimidad.
Ayer, aprovechando la luna llena, aunque algunos con poca fe creían que iba a llover (en algún momento reconozco que también pasó por mi cabeza la funesta idea), nos fuimos a bañar a la playa. Buscábamos entre las olas el reflejo de la luna. La sensación es peculiar, medio placer, con el agua templada, medio terror por no ver qué es lo que te rodea.
Dicen los hombres que me conocen bien que suelo asustar a sus congéneres; tan directa y tan brusca que puedo llegar a parecerme a ellos. Puede, pero mejor así que comportarme como las mosquitas muertas que se muestran dóciles y candorosas la mayor parte del tiempo, y que solo dejan salir el mismo sarcasmo del que yo hago gala en contadas ocasiones, ya que tanta inocencia y melifluidad también aburre, y cuando ya has caído en sus redes se convierten en verdaderas arpías. Me quedo con un retazo de conversación mantenida hoy. -Chico, no te dejes engañar. El último fin de la mayor parte de mujeres es la pareja, por mucho que digan sexo. Y utilizan éste como moneda de cambio para alcanzar el objetivo.
Kaos dixit.
No sé porque precisamente ahora me viene todo esto a la memoria. El domingo, después de dejar a David en su casa y despedirme de él hasta finales de agosto, las luces de la ronda del litoral se desdibujaban ante mis ojos. Tampoco es de extrañar, después de media botella de un albariño que causó estragos en mi ya poco acostumbrado estómago.
O quizá fue todo, el día caluroso, la música y el agua de las fuentes de Montjuïc, el olor a mostaza. De repente, me vino a la cabeza la imagen de Carlos de Florhispania. Por dios! era como si no hubiera pasado el tiempo. Intenté acordarme del nombre de quien compartimos todas menos Sonia, y no hubo forma. La verdad es que tampoco sé la razón por la cual pretendía acordarme, o tal vez fuera por lo mal que queda eso de no recordar el nombre de alguien con quien mantuviste cierto grado de intimidad.
Ayer, aprovechando la luna llena, aunque algunos con poca fe creían que iba a llover (en algún momento reconozco que también pasó por mi cabeza la funesta idea), nos fuimos a bañar a la playa. Buscábamos entre las olas el reflejo de la luna. La sensación es peculiar, medio placer, con el agua templada, medio terror por no ver qué es lo que te rodea.
Dicen los hombres que me conocen bien que suelo asustar a sus congéneres; tan directa y tan brusca que puedo llegar a parecerme a ellos. Puede, pero mejor así que comportarme como las mosquitas muertas que se muestran dóciles y candorosas la mayor parte del tiempo, y que solo dejan salir el mismo sarcasmo del que yo hago gala en contadas ocasiones, ya que tanta inocencia y melifluidad también aburre, y cuando ya has caído en sus redes se convierten en verdaderas arpías. Me quedo con un retazo de conversación mantenida hoy. -Chico, no te dejes engañar. El último fin de la mayor parte de mujeres es la pareja, por mucho que digan sexo. Y utilizan éste como moneda de cambio para alcanzar el objetivo.
Kaos dixit.
1 comentari:
mmm totes menos la Sonia??, a veure, recordo difernets noms de l'epoca... te los suelto y tu misma...
El Toni, marit desprès de la sonia
el Fede, el David i el OScar, germans, el petisui,amic del dos germans... I tots el de costa mar.. el dudu, el Jaume, el Santi, el caco,aix. en sembla q s'acabat el broquil.. si m'enrecordo de mes t'ho dic!!!
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