divendres, 16 de maig del 2008

Breizh

Bretaña no es la India y, por descontado, no pone en tus ojos el brillo especial de los verdaderos viajeros, esos que recorren los lugares más paupérrimos de tan maravilloso país. Pero para mí, ver el Mont ha sido cumplir otro sueño, pese a no poder entrar más que en una de las criptas por las que esperaba trasladarme al pasado. Ya se sabe, demasiado turista empobrece la calidad de la visita.

Es cierto que Bretaña es celta, mucho, pero tampoco es Irlanda y los triskels, tripletas y demás aprovecharé para comprarlos en Octubre, cuando me desplace hasta allí para aterrorizar a los lugareños con mi falta de práctica conduciendo por la izquierda.



Pero Bretaña enamora. Por sus bosques, sus pequeñas ciudades fortificadas, por la gente autóctona, que se esfuerzan en entenderte y que los entiendas a ellos, por sus ríos, lagos y esas entradas de mar. Por sus puestas de sol tardías y por sus leyendas y secretos, que se te descubren si estás bien dispuesto a ello.



Unos pocos minutos contemplando el lago, un paseo entre los árboles, una recóndita cala o un puente entre la niebla te trasladarán, si tu mente está abierta, siglos atrás en el tiempo para que te sientas formar parte de la historia.

Bretaña es país de ondinas, duendes traviesos, gigantes, dragones... toda la mitología tiene cabida en la tierra del ensueño.

Bretaña huele a mar y a musgo, desde lo más profundo del valle hasta el más alto de los acantilados.