dimecres, 8 d’abril del 2009

Xanadú



El viernes descubrí las tiendas Kiabi. Por qué no he sabido antes de ellas? Aka dice que si, que me lo dijo hace tiempo, pero o no la escuchaba con los oídos de escuchar o es que la memoria ya empieza a estar muy perjudicada de verdad.

También entré en el Alcampo, aún no sé porqué, pero por primera vez en la historia, me hicieron precintar el casco. Para qué? Por qué? Qué se imaginan, que lo dejaré en alguna estantería para que se lo lleve cualquiera? que lo abandonaré para que lo reciclen?

El sábado volví a mi antiguo barrio para hacer el aperitivo en la Rambla del Poblenou con Aka, María y David. Cuanto echo de menos esas calles! Lo que no me importa es no tener que subir los jodidos 5 pisos a patita, pero si lo pongo todo en la balanza, todavía gana esa zona tan peculiar en la que pasé casi 10 años.

Por la tarde, pasé una vergüenza terrible. Servidora llega al Prat, sube a Moira encima de la acera y está a punto de quitarse las gafas de sol y el casco cuando, en un balcón, divisa a un número indeterminado de gente, todos pendientes de sus actos. Eran ni más ni menos que la familia de "él". Por supuesto que no me quité nada y si hubiera tenido a mano un tagelmust, lo habría enrollado por encima del casco para que aún se me viera menos. Deseé como nunca poder volverme invisible o, cuanto menos, microscópica.

Cual Virgilio, tomé de la mano a David y lo introduje en los círculos, no infernales, sino celestiales. Para alguien que nunca ha visitado mi incomparable ciudad (y la suya, pero ya quedamos en que eso era de juzgado de guardia), nada mejor que empezar por arriba. Por si no había quedado claro, adoro las alturas y qué mejor marco que la vista de la ciudad desde la plaza del Dr. Andreu (el de las pastillas), con el Tibidabo en lontananza y la ciudad a nuestros pies.

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La casa Arnús (conocida como El Pinar) fue objetivo de sueños irrealizables e ideas varias para atracar bancos y poder arrebatársela a la aseguradora que la tiene en propiedad-

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Después, un paseo por el centro, para ver de cerca la casa Milà y la casa Batlló, con planes para recorrerlas por dentro en momento más propicio.

El domingo, con la insana costumbre de madrugar incluso los fines de semana, pusimos rumbo al museo de la ciencia. Al contrario que a él, no me entusiasmó lo más mínimo, porque ha cambiado, según mi opinión, a peor.

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Se mantiene el péndulo, el más claro exponente del paso del tiempo

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El resto no es ni la sombra de lo que era; mucha exposición temporal y pocas cosas para mangonear. El "toca toca" tiene horario, el "fica-hi el nas" fuera y cerrado. Lo mejor? el Bosque Inundado, con sus "pececillos" tropicales.

Una palabra a recordar de la exposición peruana: Cuchimilco

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Aunque se visualiza bastante mal, lo que se puede intuir es arena que se levantaba. No os recuerda a una película?

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Intentar jugar y toquitearlo todo resultó bastante difícil con tanto niño y tanto padre impresentable. A una monstruíta la tuve que empujar (literalmente) porque no dejaba de incordiarme. La niña salió disparada hacia su progenitora lloriqueando, pero la madre que la parió, que debe saber perfectamente el engendro que expulsó de sus entrañas, no le hizo ni caso, dejándome con las ganas de expresarle mi más franca opinión sobre la alimaña que tiene por hija.

La compensación la tuvo verle disfrutar, como neófito que era, con todos los artefactos.


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Acabamos en el Planetari, que se ha modernizado para llegar al público más joven y ofrecen, entre otras, una explicación sobre las catástrofes cósmicas en versión manga.

Un pequeño descanso para comer y seguimos con la ruta planificada: El Parc del Laberint d'Horta.

Hacía muchos años que no iba, creo recordar que desde los meses veraniegos en los que se realizaban los conciertos que promovía el ayuntamiento con la "Clàssica als parcs". El laberint no ha cambiado (sería para asustarse si no lo encontrara en el mismo lugar de siempre), pero si que está bastante estropeado. Laura me dió una buena razón para ello: el verano pasado, cuando los parques públicos fueron los primeros que dejaron de regarse.

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Nos metimos en el laberinto, llegando hasta la estatua de Eros. Continuamos hacia los templetes y bajamos por el cementerio ficticio. El agua tiene un papel importante allí dentro: canales, cascadas, fuentes... su sonido te acompaña durante todo el recorrido (razón de más para que lo rieguen, coñe!).

Buscando desesperadamente un lavabo en el velódromo adyacente, se acabó la visita a la zona "alta" de Barcelona.

Desde allí, a Montjuïc, donde la intención era poder ver el espectáculo de la Font Màgica con sus luces de colores al son de bandas sonoras de ciencia ficción. Pero, mi gozo en un pozo, porque no funcionaban. Que yo no supiera que hasta mayo solo están operativas
los sábados tiene un pase, pero que no lo sepan la mayor parte de los guiris que pululaban por allí ya es delito. Los veías a todos esperando con la boca abierta a que empezara la sesión. Si nosotros fuésemos tan poco informados al llegar a sus países nos perderíamos la mitad de las cosas que queremos ver.

Como cicerone, me queda un gran trabajo por delante. Barcelona es enorme y tiene infinidad de lugares especiales y maravillosos por mostrar (algunos que poca gente conoce). Si además de ser instructivo se convierte en divertido gracias al acompañante, deambular por la ciudad acaba por ser, pese a niños, guiris y demás fauna, toda una aventura.

Si el tiempo lo permite, estos días de fiesta peregrinaremos por la ruta Gaudí.