dimecres, 5 d’abril del 2006

El libro gordo te enseña, el libro gordo entretiene

Cómo se puede ser tan taimado, ladino, impostor, farisaico, farsante, fraudulento, mentiroso, embustero, en definitiva, hipócrita.
Pensaba que ya lo había visto todo, pero no, todavía queda opción para la sorpresa.
Es increíble como se puede uno quitar de encima las obligaciones, echar siempre las culpas a los demás y todo ello sin despeinarse. No se necesita inteligencia, solo una gran dosis de jeta. Y eso es lo que hace una señora que conozco. Una señora que llevaba años sin dar un palo al agua, que tomó una decisión equivocada, incentivada por los euros, por la escalada de las nuevas generaciones, y a la que le viene grande, qué digo grande!, catedralicio el puesto que desempeña.
No es lo mismo ser que estar, señora mía.
No es lo mismo tener una caterva de ayudantes de las cuales abusar mientras te limas las uñas y hablas por teléfono sobre lo mal que está el servicio con Cuqui y Maripili, que aterrizar en Alcatraz y verte sometida a la rigurosidad de Darth Vader.
No es lo mismo mantener un mínimo de orden en tu mesa (algo parecido a la ciencia ficción) que intentar asumir el control del prostíbulo menos erótico de cercanías y generar aún más caos.
Conocer a tu ordenador no es malo. Incluso puede ser productivo. La respuesta -¿Para qué voy a aprender si ya tengo a alguien que lo hace por mí?- implica ignorancia o desidia, o ambas cosas a la vez. Y las uñas no se rompen por teclear, si no, que me lo digan a mí.
Queda feo eso de ir defenestrando a tus compañeros cuando no están presentes. Más que nada porque incitas a pensar qué dirás de los que lo están cuando no lo están.
Perder los papeles (de forma literal y reiterada) y no ser capaz de asumir tus carencias, afirmando con rotundidad que te los roban (juas, juas, juas) cuando quien tiene cierta vena cleptómana eres tú tampoco es la panacea de la honestidad y el compañerismo.
Pero como aquí esa palabra es algo que brilla por su ausencia, parece que hacen como esos monitos que se tapan la boca, las orejas y los ojos para no hablar, oír ni ver lo que no les conviene, no sea que les induzca pensar o a tener que admitir el gran error cometido.
Volvemos a la época de las vacas sagradas, y eso que no estamos en la India. Pero seguimos siendo tercermundistas en según qué casos.
Y pobre del que se queje! porque una palabra dicha en conciliábulo nocturno al señor de las tinieblas y ya te puedes considerar un paria.
Será verdad eso de que más vale caer en gracia que ser gracioso...
Había una vez... un circo.
... Y yo te digo contenta... hasta el escrito que viene
"Soliloqui solipsista" - Raimon