dimecres, 27 de desembre del 2006

El violinista en el tejado

Otro buen propósito para el año que viene: Que la gente que me rodea sea puntual y no tenga que concederles siquiera los diez minutos de cortesía. Un pequeño paso para ellos, un gran paso para mi sistema nervioso.

Debe ser tremendamente triste sentirse tan solo que la única opción válida pase por vivir perennemente conectado a una página de contactos. No nos engañemos, todos buscamos algo, aunque no tiene por qué ser necesariamente lo mismo. Mi finalidad se limitaba a realizar el famoso estudio, por lo que durante un tiempo renuncié a la asociabilidad y permití que muchos personajes entraran en mi mundo (aunque fuera virtual), sin rigorizar las faltas ortográficas, las palabras sin hueso y las insinuaciones veladas donde se entendía todo. A la gente no le gusta sentirse estudiada, así que algunos ni tan solo fueron conscientes de que estaban siendo objeto de examen. A veces he tenido que hacer acopio de esa infinita paciencia que tanto me sorprende poseer, para no soltar una de mis frases lapidarias y mandarlos literalmente a tomar por culo, quizá porque la mayor parte no se habrían percatado de la sutileza y a otros hasta les habría entusiasmado la idea. En definitiva, pocos se han salvado, pero los que quedaron son dignos ejemplares de constar en un libro, y ya que hoy en día casi todo el mundo se atreve a publicar, quizá haga una compilación de diálogos, para besugos o con sustancia, los catalogue por tipos y elabore ese juicio pormenorizado que tantas veces me han pedido.

En definitiva, es gracioso ver como se esfuerzan en subyugar a los miembros del sexo opuesto, ya sea provocando, mostrándose cómplices o intentando ser el alma de la fiesta. Queréis saber quien tiene un anillo en el dedo aunque no lo confiese? Solo se necesita un poco de capacidad de observación. A ver si alguien es capaz de darme la respuesta correcta...

Como decía mi abuela paterna, si la envidia fuera tiña, algunos se rascarían eternamente. A los que se pasan el día lloriqueando con la sempiterna cantinela del “no puedo”: si no puedes es porque no quieres, porque te es mucho más cómodo quedarte quietecito sin hacer nada que esforzarte para conseguir lo que sea que quieras, así que aparca el comportamiento lacrimógeno y no me subleves las neuronas o quizá acabes por escuchar lo que no quieres oír.

Hoy, con toda la certeza del mundo, porque mi santo fue ayer, puedo decir perfectamente: Olvídame, que no es mi santo.

Tu fas i desfàs el camí, jo busco dreceres...
Radio Capvespre - Maria Cinta