Cuando creemos que nadie nos ve hacemos las cosas más peculiares que pensarse pueda. Mientras esperaba que el semáforo me diera la salida, eché un vistazo al coche que tenía al lado. Pese a las ventanas cerradas, la música salía por los conductos de ventilación invadiendo la calle casi desierta. Dentro, un muchacho seguía el ritmo de forma salvaje. Parecía que sufriera de múltiples tics, o una enfermedad que le obligara a moverse, pero no, estaba interpretando diferentes papeles a un mismo tiempo; quizá director de orquesta, batería y guitarra. Al fin se dió cuenta de que lo estaba observando de forma descarada y su reacción no se hizo esperar. Dejó en el acto de contonearse, adquirió una postura formal al volante y bajó la música. Por el retrovisor divisé algo más: se había ruborizado hasta la raíz.
En "2046" de Wong Kar-Wai, una de esas películas asiáticas a las que tan aficionada me he vuelto, me sorprende una frase que pronuncia su protagonista: "El amor es una cuestión de oportunidad. No sirve de nada conocer a la persona idónea demasiado pronto o demasiado tarde". Podría decir entonces que lo que me ha sucedido es que he conocido a las personas adecuadas pero a destiempo? No lo creo. En mi caso, el destiempo es constante, aunque presumo que no seré la única en pensar así. Cuantas veces hemos escuchado -si te hubiera conocido antes...- Y si así fuera, sería distinto? Si me hubieras conocido antes, yo tampoco sería como soy ahora y quizá no te habría dedicado ni una simple mirada. Muchas veces solo se utiliza a modo de tabla de salvación para, en forma de sutileza, evidenciar que ya está todo perdido de antemano. En el fondo es eso; mi corazón puede pertenecerte, pero no me pidas, además, que te preste mi tiempo.
Años después tu camino vuelve a cruzarse con la persona que pronunció esas palabras, solo que esta vez está empujando un cochecito de bebé, y al preguntarle qué ha sido de su vida te cuenta maravillas sobre la estabilidad que finalmente ha conseguido y te invita a cenar para recordar viejos tiempos y no deja de dirigirte miradas elocuentes, tanto, que es como si pudieras ver a cámara lenta lo que tiene pensado su entrepierna para ponerle el broche final a tan bienaventurado encuentro.
Y fingimos, fingimos, fingimos.
A veces, aquello que queremos es lo que necesitamos.
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