La charla matutina con Blanca ha sido reveladora. Ella no me dice: no lo hagas, te estás equivocando. Aconseja que haga lo que me dicte el subconsciente, aunque mi conciencia se esté tirando de los pelos y dando cabezazos contra la muralla que he ido edificando alrededor, cimentada en todos los miedos que me bloquean y paralizan a la hora de mostrar sentimientos. Cada sillar contiene uno de esos miedos, perfectamente encajado con el resto, y únicamente extrayendo el que constituye la base de todos conseguiría derrumbarlo. Y una pregunta se destaca, acuciante, entre las demás. Si los destruyo ahora, deberé volver a levantarlos después? Es un riesgo que debo estar dispuesta a asumir. Lo estoy?
Ayer ocurrió algo que removió muchas cosas. Me reencontré, después de quince años, con la que había sido mi mejor amiga desde parvulitos hasta mi boda. Es de esas casualidades que se dan de vez en cuando, porque pese a haber vivido a unos 200mts, no nos habíamos vuelto a cruzar. Se paró en plena calle y me sometió, previo abrazo de oso, a uno de sus rápidos interrogatorios para constatar si toda la información que disponía sobre mí seguía vigente. Debo decir que está bien informada.
En los breves minutos que pasamos, ella preguntando y yo haciendo fintas, recuerdo que solo se me ocurrió pensar que es una de las pocas personas que conozco que no junta su mejilla con la tuya y lanza los besos al aire, te besa de verdad.
Me zafé como pude del tercer grado y, de paso, de la mirada asesina de su consorte, que nunca me tuvo en gran estima por considerarme nefasta influencia para la estabilidad familiar.
Es como si de un puzzle se tratara. Cada día una nueva pieza puesta en su justo lugar, pero hay demasiadas y parece no acabar nunca. Solo espero que, al llegar al final, no se aplique la ley de Murphy y falte la que completa el cuadro.
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