dimarts, 11 de desembre del 2007

Panegírico

He cambiado el teclado, tal y como me ha recomendado (y amenazado y refunfuñado) toda la gente que ha pasado por casa y utilizado el ordenador. Es cierto que el otro, desde que sufrió la sobredosis de Southern no iba todo lo normal que debía ir, pero ya estaba acostumbrada a aporrearlo en lugar de posar suavemente los dedos sobre él. Este va tan rápido que casi supera mi agilidad mental.

Ahora que han pasado unos días puedo hablar del entierro. Decir que fue emotivo sería poco. Ramón quiso que lo recordásemos vivo y pidió a su familia que no dejaran el féretro descubierto. Nada de estar expuesto en la urna de cristal para que vieran cómo se había ido deteriorando.

En la capilla reinaba un silencio sepulcral mientras de fondo se podía escuchar "La Gala".

Hablaron de él sus hijos. Oscar, con un escrito que había realizado una de las últimas noches en vela pasadas en el hospital. Contenía muchos términos informáticos, porque a su padre le gustaba trastear con el software (y con los móviles). Palabras de camaradería, animosas, pese a la certeza de que el final era inminente.

Lidia habló de su coraje y leyó un poema de Lorenzo Gomis, titulado "La otra vida". Una poesía de las que no dejan indiferente. No soy creyente, y personalmente os ahorraría los dos últimos versos, pero por respeto al momento y al autor, lo transcribo entero.

Si hay otra vida es vida, pero es otra,
y si es otra el mortal no la imagina,
una vida sin sexo ni cocina
tiene que ser sencillamente otra.

¿Qué haremos en la vida si es tan otra
y si ya no hay taller ni oficina
y si ya el mismo cuerpo no declina
(si declinara no sería otra)?

Si hay otra vida, es otra pero es vida
y si es vida es noticia y es sorpresa,
sin que la muerte acabe la partida,
vida que canta, vuela, abraza y besa.

Es la vida de Dios la otra vida
y si es de Dios nos basta su promesa.

Ramón era uno de mis habituales "partenaires" de danza, quizá porque tenía una energía que pocos podían igualar. Lo recuerdo hace muchos años, siendo una cría y él uno de los profes, y que en los festivales el comentario más usual solía ser: "en balla més que en toquen". Le ponía pasión a todo lo que hacía, a veces demasiada. Sus detractores le admiraban la franqueza a la hora de decir las cosas por su nombre y sus amigos valoraban su honestidad. Yo creía en su fuerza de voluntad y su entereza ante los malos momentos.

Cuando al finalizar el sermón, empezaron a sonar las notas de "Marina", los que hasta ese momento habían contenido el llanto se dejaron vencer.

No es un vídeo del Esbart Gaudí, pero lo que importa es la danza en sí misma, esa que tanto le gustaba a Ramón, al que rindo homenaje por haberme enseñado que reír mientras se baila consigue que el miedo escénico desaparezca.